La automatización laboral: adiós a todos los trabajos físicos

Taxistas, camioneros, peones de la construcción… No existirán en el periodo máximo de un par de décadas. No pasa nada, al contrario. Las mismas personas, si es que no están jubilados, se podrán dedicar a otras cosas. Tareas mucho menos exigentes y sacrificadas, sobre todo desde el punto de vista físico. En el futuro nos esperan trabajos que hoy en día no están “inventados”.

Supongo que no soy el único al que le chirría el anacronismo del conflicto entre los taxistas y los servicios alternativos de transporte de viajeros, toda vez que está clarísimo que dentro de dos telediarios los coches serán completamente autónomos (no sólo automáticos). Entonces, aunque por supuesto seguirá habiendo mercado para las empresas que se dediquen al sector, no será necesario un ser humano que ejerza de conductor. Los pasajeros se trasladarán a sus destinos por medio de vehículos completamente autónomos. De hecho el Waymo de la imagen (automóvil sin conductor de Google), el Volvo S60 Drive Me, y el sistema “Autopilot” del coche eléctrico Tesla ModelS no son prototipos del futuro, sino que hablamos de tecnología presente.

Como anécdota, muy curiosa desde luego, se observa en la película futurista El quinto elemento (ambientada a mediados del siglo XXIII) que el personaje de Bruce Willis trabaja de taxista. Por supuesto no esperen ni remotamente que el futuro real se parezca a la película, la cual tiene bastante de comedia además de CiFi.

Siguiendo con los coches, explicaremos de forma breve una pequeña referencia a la evolución histórica, en realidad muy conocida, de la locomoción (auto)movilística. Hace poco estuve en el Museo de Carruajes Imperiales Viena (Kaiserliche Wagenburg Wien), que contiene los restos conservados de una flota de vehículos de más de 600 unidades pertenecientes al palacio vienés, y donde pueden admirarse las representaciones de los carruajes de la familia imperial de la Casa de Habsburgo, especialmente de la famosa Emperatriz Sisi. En la fantástica exposición se exhiben diferentes vehículos por orden cronológico, empezando por los más antiguos carros y carruajes movidos por caballos (e incluso por seres humanos; ya saben: esos pequeños transportes unipersonales aupados por una especie de costaleros). Algunos eran ciertamente pesados y lujosos, como el de la foto, por lo que necesitaban el tiro de ocho o diez fuertes caballos. Siempre con tracción animal…

Nos encantó el Kaiserliche Wagenburg Wien (y toda Viena, la verdad). Observen el fantástico carruaje imperial, de varias toneladas. Precioso, pero una dura carga para los caballos

Hasta un momento dado, como muestra la exposición, en que aparece el primer automóvil, que obviamente estuvo al alcance, en primer lugar, de las personas más poderosas de la época (hablamos de finales del siglo XIX). Al principio algunos nobles desconfiaban de tan endemoniada máquina pero las nuevas generaciones no tardaron en visualizar claramente las ventajas. Pasaron de ser necesarios varios hombres y caballos a una sola persona: el conductor. La exposición del Kaiserliche Wagenburg Wien finaliza con la muestra del “coche imperial” de 45 caballos de Carlos I, el último emperador austrohúngaro (2016-2018): un vehículo con motor de gasolina, cinco marchas y una velocidad máxima de 90 km/h; puesto en comparación con el Fórmula 1 conducido por su bisnieto Ferdinand Habsburgo-Lorena, de 140 caballos (imaginen que fueran caballos de verdad) y que alcanza sin ningún problema los 230 km/h. Después de poco más de un siglo puede que el siguiente “animal” que desaparezca sea el conductor, tal y como hemos indicado.

Coche imperial perteneciente a Carlos I. Alcanzaba la nada despreciable velocidad de 90 km/h, un récord para la época (hace exactamente un siglo)

La historia que les acabo de contar es extrapolable a cualquier actividad, trabajo o sector actual, incluidísima la Administración. Y cuando se mecanice todo lo que se pueda mecanizar y se automatice todo lo que se pueda automatizar, entonces todos seremos más felices, e infinitamente más eficientes. Los empleados públicos tendremos jornadas de 20 horas a la semana (eso sí, horas de mucha calidad), dedicándonos a tareas exigentes, pero muy estimulantes y sobre todo muy “humanas”. Por su parte, el ciudadano tendrá el mejor servicio público posible. Todo esto no es optimismo, es tecnorrealismo. Quédense con la palabrita.

La conclusión es que las máquinas van a acabar haciendo cualquier actividad mecánica, bien por sí mismas de forma totalmente autónoma, o bien bajo la supervisión de un ser humano, de forma automática pero dirigida. Y no solo nos tocará la “supervisión”, sino cualquier otro tipo de colaboración humano-máquina, no necesariamente jerárquica, pues de hecho trabajaremos codo a codo con los robots y las inteligencias artificiales (que no son mejor ni peor que las humanas, sino distintas y complementarias). Pero desde luego ya no habrá más caballos que tiren de carruajes, y pronto ni siquiera serán necesarios los conductores de los “modernos carruajes”. No habrá más perros que tiren de trineos, ni mulas que tiren de arados. Ni más funcionarios que pongan cuños o transporten cajas. O que tecleen una grabación. O que firmen mil papeles uno a uno. Se acabó la era de la tracción animal. Las personas estamos diseñadas para tareas más elevadas.

Y como quien dice mulas dice burros, no seamos burros y entendamos de una vez de qué va esto de la administración electrónica, porque hasta ahora (salvo contadas y honrosas excepciones) hemos implantado, a empujones, una especie de desastre electrónico. Nos referimos a eso que sale cuando se digitaliza exactamente la misma burocracia preexistente. Y no hablamos solo de papeles y procedimientos. Hoy hemos hablado de tareas, funciones, aptitudes, organización del trabajo… Y es que va a resultar que, fíjate qué sorpresa, al final esta película iba de Recursos Humanos.

 

Por: Víctor Almonacid.
Publicado en: NO SOLO AYTOS.